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Ricardo Palma

—¿Qué es de fulano? ¿Por qué se ha retirado de tu casa?

—preguntaba una amiga á otra.

—Ya eso se acabó, hija—contestaba la interpelada.—Mi mamá le escribió la carta de la Libertadora.

La susodicha epístola, era, pues, equivalente á una notificación de desahucio, á darle á uno con la puerta en las narices y propinarle calabazas en toda regla.

Hasta mozconas y perendecas rabisalseras se daban tono con la frase: —Le he dicho á usted que no hay posada, y dale á desensillar. Si lo quiere usted más claro, le escibiré la carta de la Libertadora.

Por supuesto, que ninguna limeña de mis juveniles tiempos en que ya habían pasado de moda los versitos de la antifona, para ser reemplazados con estos otros: Bolivar fundió á los godos y, desde ese infausto día, por un tirano que había se hicieron tiranos todos; por supuesto, repito, que ninguna había podido leer la carta, que debió ser mucha carta, pues de tanta fama disfrutaba. Y tengo para mí que las mismas contemporáneas de doña Manuelita Saenz (la Libertadora) no conocieron el documento sino por referencias.

El cómo he alcanzado yo á adquirir copia de la carta de la Libertadora, para tener el gusto de echarla hoy á los cuatro vientos, es asunto que tiene historia, y, por ende, merece párrafo aparte.