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Ricardo Palma

—¿Que no cumpla? ¿ Está usted loca, comadre? Parece que usted quisiera que la complazca por sus ojos bellidos, para que luego el Libertador me fría por la desobediencia. No, hija, no entro en componendas.

Entretanto, el gobernador Guzmán, con los notables, salió á recibir á su excelencia á media legua de camino. Bolívar le preguntó si estaba listo el rancho para la tropa, si los cuarteles ofrecían comodidad, si el forraje era abundante, si era decente la posada en que iba á alojarse; en fin, lo abrumó á preguntas.

Pero, y esto chocaba á don Pablo, ni una palabra que revelase curiosidad sobre las cualidades y méritos de las tres etcéteras cautivas.

Felizmente para las atribuladas familias, el Libertador entró en San Ildefonso de Caraz á las dos de la tarde, impúsose de lo ocurrido, y ordenó que se abriese la jaula á las palomas, sin siquiera ejercer la prerrogativa de una vista de ojos.

Verdad que Bolívar estaba por entonces libre de tentaciones, pues traía desde Huaylas (supongo que en el equipaje) á Manuelita Madroño, que era una chica de dieciocho años, de lo más guapo que Dios creara en el género femenino del departamento de Ancachs.

En seguida le echó don Simón al gobernadorcillo una repasata de aquellas que él sabía echar, y lo destituyó del cargo.

IV Cuando corriendo los añios, pues á don Pablo Guzmán se le enfrió el cielo de la boca en 1882, los amigos embromaban al ex—gobernador hablándole del renuncio que, como autoridad, cometiera, él contestaba: —La culpa no fué mía sino de quien, en el oficio, no se expresó con la claridad que Dios manda: