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Ricardo Palma

11 Si don Simón Bolívar no hubiera tenido en asunto de faldas, aficiones de sultán oriental, de fijo que no figuraría en la Historia como libertador de cinco repúblicas. Las mujeres le salvaron siempre la vida, pues mi amigo García Tosta, que está muy al dedillo informado en la vida privada del héroe, refiere dos trances que, en 1824, eran ya conocidos en el Perú.

Apuntemos el primero. Hallándose Bolívar en Jamaica, en 1810, el feroz Morillo ó su teniente Morales enviaron á Kingston un asesino, el cual clavó por dos veces un puñal en el pecho del comandante Amestoy, que se había acostado sobre la hamaca en que acostumbraba dormir el general. Este, por causa de una lluvia torrencial, había pasado la noche en brazos de Luisa Crober, preciosa joven dominicana, á la que bien podía cantársele lo de: Morena del alma mía, morena, por tu querer pasaría yo la mar en barquito de papel.

Hablemos del segundo lance. Casi dos años después, el español Renovales penetró á media noche en el campamento patriota, se introdujo en la tienda de campaña, en la que había dos hamacas, y mató al coronel Garrido, que ocupaba una de éstas. La de don Simón estaba vacía, porque el propietario andaba de aventura amorosa en una quinta de la vecindad.

Y aunque parezca fuera de oportunidad, vale la pena recordar que en la noche del 25 de Septiembre, en Bogotá, fué también una mujer quien salvó la existencia del Libertador, que