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Ricardo Palma

III Mucho murmurábase en Lima de que el Regente pasara con su familia largas temporadas en Montalván, con daño de los asuntos á la Audiencia encomendados; pero, ¿quiéu podría hacer entrar en vereda á tan alto personaje?

En una de esas prolongadas residencias en la hacienda, sucedió que, estando las dos chicas en el corredor de la casa, se las presentó una mujer del vecino pueblo de Cañete, vendiendo mates de frejoles colados. Las muchachas, que eran golosas por ese dulce, compraron un matesito, y una hora después eran presa de convulsiones y dolores atroces en el estómago, siendo inútil para salvarles la vida, la ciencia toda, que no sería gran cosa, del matasanos ó médico de Montalván.

Sobrentendido está que el Regente ordenó á cualquier gobernadorcillo ó alcalde de monterilla que levantase sumario, que se llenó la fórmula, que no fué habida la dulcera, y que, por falta de datos, se abandonó la causa. La voz pública, si bien creía á la marquesa libre de culpa en el doble envenenamiento, no era tan benévola para con su señoría el de San Juan Nepomuceno.

Así quedó doña Juana Erze de Arredondo como heredera universal de la sucesión de Apesteguía. Pero ella, que vió quizá sin sentimiento la muerte de su primer marido, no fué de estuco ante la violenta desaparición de las hijas de sus entrañas, y á poco tiempo dejó de existir, instituyendo por heredero á su marido, acto que, sin duda, no fué muy claro y legal, porque, andando el tiempo, vinieron de España deudos de doña Juana, y entablaron pleito á la señora doña Ignacia Novoa, viuda del brigadier don Manuel de Arredondo y Miaño, sobrino y heredero del Regente. Fué éste muy ruidoso litigio, del que prescindimos para no herir susceptibilidad de contemporáneos.