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Mis últimas tradiciones

155 de los brazos de una Juana á los de otra Juana. Todo quedaba entre tocayas.

Afectóse la señora Micheo al tener, por una oficiosa amiga, noticia de la jugarreta del cónyuge, y á tal extremo se la melancolizó el ánimo, que en breve fué al hoyo, dejando libre y viudo al flamante marqués de San Juan Nepomuceno.

Ocurriósele á éste entonces, pensar que la aritmética divina no anduvo muy atinada en la regla de división; pues á un tetelememe como el de Torre—hermosa le había asignado, aparte de muchas casas en la ciudad, las valiosísimas haciendas de Montalván, Cuiva y Ocucaje, con mil quinientas piezas de ébano (esclavos) para el cultivo de las tres. Nada más hacedero que enmendarle á Dios la cuenta.

Empezaba ya el runrún de la emancipación americana, y los nombres de Washington, y de Iturbide, y de Miranda, y de San Martín, y de Bolivar y de otros próceres bullían en todas las bocas, ensalzados por unas y deprimidos por otras.

El marqués don Fulgencio (que hasta en eso fué cándido) dió en la flor de echarla de patriota, si bien su patriotismo no pаsaba de boquiminí; y el de Arredondo, que era el consejero íntimo del virrey Abascal, encontró, en el patrioterismo del hombre á quien servía de Cirineo, el mejor pretexto para eliminar al compañero. El de Torre—hermosa fué reducido á prisión por insurgente y despachado á España bajo partida de registro; y tan bien despachado que murió en el viaje.

Viudo el Regente y viuda la marquesa se unieron in facie eclesia ambas viudedades, y empezó el de Arredondo á manejar como propia la ingente fortuna de las dos niñas herederas de Apesteguía. Pero las muchachas, aunque feas como espantajos de maizal, y tontas como charada de periodista ultramontano, podían encontrar marido, por amor á sus monedas, y reclamar la paterna herencia, idea que bastaba para que el señor padrastro frunciera el entrecejo.