Página:Mis últimas tradiciones peruanas y Cachivachería (1906).pdf/144

Esta página no ha sido corregida
136
Ricardo Palma

neche en el salón de la casa, agasajando con refrescos á los de la comitiva, cuando se presentó un oficial llevando á don Mariano Antesana, vestido con el hábito de descalzo franciscano, pues lo habían sacado del convento de la Recoleta donde los frailes creyeron conveniente disfrazarlo, precaución que no lo salvó de un pícaro denunciante.

Viva satisfacción brilló en los ojos del Conde, y avanzando hacia el prisionero, le dijo: —¡Ah, señor Antesana! Me alegro de verlo. No esperaba semejante visita, que por cierto no me la hace usted de buena gana. Vendrá usted, arrepentido de su traición al rey nuestro señor, á pedir gracia...

Antesana no lo dejó continuar, interrumpiéndolo con estas palabras, según lo relata cl autor de las Memorias del último soldado de la Independencia.

—No. señor general: no soy hombre de cometer una indignidad cobarde. Estoy pronto á comparecer ante Dios. ¡Viva la patria!

La ira enrojeció el rostro de Goyeneche, y alzó la mano crispada como en actitud de embestir al noble prisionero; mas, reportándose en breve, volvió la espalda y dijo al oficial: —Fusilelo usted dentro de una hora, y que se confiese si quiere.

Pisaban ya el umbral de la puerta Antesana y su acompañanle, cuando el Conde, como recordando algo que había olvidado, gritó: —¡Ah! ¡señor oficial! Que no le tiren á la cabeza... la necesito intacta para clavarla en la plaza.

A las tres de la tarde sentaron á Antesana en un poyo de adobes, en la acera del oriente de la plaza. Su aspecto era sereno.

Cuatro soldados, á tres varas de distancia, dispararon sus fusiles sobre el pecho del gran patriota.

Su cabeza, clavada en una pica custodiada por un piquete de tropa, permaneció tres días en la plaza de Cochabamba.

Así festejó don José Manuel de Goyeneche, primer Conde de Guaqui, el Corpus Christi de 1812.