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Ricardo Palma

entrada al claustro por el mismo camino que, tres horas antes, utilizara para la salida.

En tribulación tamaña no le quedó á la desdichada otro recurso que el de dar aldabonazos á la puerta de la casa arzobispal, hasta que alarmado su ilustrísima que, en esos momentos, concluída la colación chocolatesca, iba á acostarse en el lecho, mandó abrir y que entrase la importuna.

Después de revelarle ésta su cuita y de escuchar humildemente la merecida reprimenda, el sagaz arzobispo Las Heras la hizo vestir la sotana, manteo y birretillo de su secretario, encaminándose al Carmen con el improvisado familiar.

Llegados al monasterio dejó á éste en la puerta y, penetrando sólo en la portería, ordenó á la portera previniese á la comunidad que, bajo pena de excomunión ipso facto incurrenda, prohibía á las monjas asomar las narices fuera de la celda, hasta que él tocara la campana convocando á coro.

¿Qué habrá? ¿qué será ello? se decían entre sí las monjitas, viéndose en el caso de la colegiala á quien preguntó el examinador si huevo era masculino ó femenino.—Eso, contestó la chica, será según y conforme, y no se puede saber hasta que del huevo salga pollito ó pollila. Si sale pollito será masculino el huevo, y si sale pollita será femenino.

Alejada la hermana portera para cumplimentar el mandato, dió su ilustrísima entrada al fingido familiar, quien, ya en su celda, cambió rápidamente de vestido.

Cuando quince minutos más tarde se congregaron las monjas, el señor Las Heras dijo á la superiora: — Madre abadesa, contad vuestras ovejas.

— Están completas, ilustrísimo señor. Veinte monjas y tres de velo blanco, contestó aquella después de pasar revista al rebafio.

—Bendigamos á Dios, hijas mías, porque ha resultado calumniose un aviso anónimo que recibí ayer.

Y con voz arrogante entonó el Te Deum laudamus, acompanándolo las monjas, que nunca supieron la verdad sobre to que motivara la visita del arzobispo en hora tan intempestiva.