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Mis últimas tradiciones

PRUDENCIA EPISCOPAL ZON Contóme mi queridísimo é inolvidable amigo Lavalle, para que hoy lo cuente yo á ustedes que, allá por los años de 1811, una monja del monasterio del Carmen se escapó cierta noche para ir al teatro á gozar de la ópera italiana, representación que por primera vez se efectuaba en Lima. Realizó su escapatoria aprovechándose de que estaba en limpia el acequión ó brazo de rio que provee al convento; y cubierta la cabeza con pañolón lambayecano oyó, desde un oculto de platea, cantar á Carolina Griffoni el Barbero de Sevilla del maestro Paisiello, que Rossini no había aún escrito la ópera del mismo título, con la que ha inmortalizado su nombre.

Con ánimo entre regocijado y receloso regresaba la dilettante, después de las diez de la noche, en medio del chipichipi ó garía característico del invierno limeño, cuando al llegar á la Acequia de Islas se encontró con que los tomeros habían sollado el agua, lo que para la monja melómana imposibilitaba la 9