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¿Quién fué ese Gregorio López, colombroño del afamado jurista comentador de las Partidas?

¿Fue, realmente, como muchos opinan, un hombre nacido para ser monarca legítimo de España y de las Indias, y que prefirió a tan humana grandeza la existencia del sabio y del eremita, alcanzando a morir, en América, en olor de santidad?

Tal es el tema que ponemos sobre el tapete de la discusión, principiando por dar rapidísima idea del personaje.

Muñoz, en su libro impreso en Madrid en 1657, dice que Gregorio López nació en la coronada villa del oso y el madroño, en 1542: que fue bautizado en San Gil, parroquia del Alcázar Real; que, en América, á nadie. dijo jamás quiénes fueron sus padres; que rehuía hablar de su linaje y familia; que, en sus treinta y cuatro años de residencia en México, nunca escribió cartas a sus deudos de España; y que, en la distinción y cultura de sus modales, se revelaba el hombre de esclarecida alcurnia.— Mi patria es el cielo y mi padre es Dios— fue la respuesta que diera en una ocasión, para satisfacer la impertinente curiosidad de un magnate.

Sería de veinte años a lo sumo, dice el padre Losa, cuando desembarcó en San Juan de Ulúa, y al llegar a Veracruz repartió de limosna entre los pobres todo su equipaje, estimándose sólo la ropa blanca en ocho mil cuatrocientos reales. Equipaje de príncipe para aquel siglo en que todo español, exceptuando los que venían con cargo público, traía una mano atrás y otra adelante. A Indias sólo se venía en pos de la madre gallega.

Llegado á la capital de México estuvo, por pocos meses, sirviendo como amanuense á dos escribanos, pues era hábil calígrafo y poseía tres ó cuatro formas de letra. En breve, separóse de los cartularios, y descalzo, sin sombrero, cubierto por un grosero sayo, anduvo peregrinando entre los chichimecas. Al fin, á los veintiún años de edad, adoptó la vida eremítica, en Santa Fe, distante dos leguas de México, donde murió en 1596, á los cincuenta y cuatro años de edad.

Treinta años más tarde (1625) el rey don Felipe IV mandó á México, con el carácter de virrey, á don Rodrigo Pa-