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Ricardo Palma

cipales de la ciudad, desnudando mujeres, de esas de ortografía dudosa, para ver si llevaban ó no postizo. Añadió su merced que aquello era una indecencia sin nombre, y que para ponerle coto á tiempo, antes que, alentándose con la impunidad & desentendencia de los oficiales de justicia, llevaran el desacato y el insulto á personas de calidad, había echado guante á los turbulentos, empezando por el cabecilla que era un chileno, mocetón de veinticinco años, el cual iba, á caballo, batiendo una bandera de tafetán colorado, enarbolada en la punta de una caña de dos varas de largo.

La Sala del Crimen mandó organizar el respectivo sumario, y aquí entra lo sabroso.

Chepita Navarro, cuarterona, de veintitrés años de edad, hembra de cuya cara llovía gracia, y de profesión la que tuvo Magdalena antes de amar á Cristo, juró, por una señal de cruz, que pasando á las diez de la mañana por la plazuela de San Agustín, acompañada de una amiga, dada como ella á hacer obras de caridad, fueron asaltadas y..... no prosigo, porque el resto de la declaración es muy colorado, y la Chepita catedrálíca en el vocabulario libre de las cellencas.

Idéntica declaración es la de Antuca Rojas, blanca, de veinticinco años, moza que lucía un pie mentira en pantorrillas verdad, y de oficio corsaria de ensenada y charco.

Cuentan de esta Antuquita que yendo en una procesión entre las tapadas de saya y manto, un galancete, que motivos de resentimiento para con ella tendria, la dijo groseramenie: —¡Adiós, grandísima p...erra!

A lo que ella, sin morderse la lengua, contestó: —Gracias, caballerilo, por la honra que me dispensa igualándome con su madre y con sus hermanas.

También declaró Marcelina Ramos, otra que tal, mestiza, de veinte aflos de edad y que ostentaba, en vez de un par de ojos negros, dos alguaciles que prendían voluntades.

El escribano debió ser, por mi cuenta, pescador de mar ancha y un tuno de primera fuerza; porque redactó las declaraciones con una crudeza de palabras que... ¡ya! ¡ya!

Resulta de las declaraciones todas, que los cuadrilleros ase-