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ENCÍCLICA

A estas amonestaciones Nos mueve la memoria y recuerdo del santísimo varón, cuyos admirables ejemplos, ojalá se graben en las almas, y exciten su amor a la sabiduría, que jamás se desvíe de procurar la salvación de los hombres y defender la dignidad de la Iglesia. Confiamos que vosotros, Venerables Hermanos, procuraréis con gran solicitud ante todo: reunir muchos colaboradores entre los varones doctos para esta gloriosa empresa. Pues, los que más pue­den ayudar a colocar en su verdadero lugar obra tan excelsa son aquellos destinados por la providencia de Dios al importante ministerio de educar la juventud. Pues, si tienen presente lo que agradaba a los antiguos, que la ciencia separada de la justicia más me­rece el nombre de habilidad que el de ciencia, o mejor, si grabasen en sus ánimos lo que afirman las sagradas letras, vanos son todos los hombres en quienes no reina la ciencia de Dios [1], sabrán usar las armas de la doctrina no tanto para provecho propio como para utilidad común. Los mismos frutos pueden esperar de su trabajo e industria, que en otro tiempo consiguió Pedro Canisio en sus Colegios e Institutos, a saber, que los jóvenes resulten dóciles y morigerados, adornados de buenas costumbres, separados en todo de los ejemplos de los hombres impíos, y solícitos de la ciencia y de la virtud. Cuanto la piedad eche más pro­fundas raíces en sus corazones, tanto más se alejará el temor de que sean inficionados con perversas opiniones o se desvíen de la virtud. En éstos han de poner la esperanza de futuros honra­dos ciudadanos, tanto la Iglesia como la sociedad civil, por cuyo consejo, prudencia y doctrina, el orden de los asuntos civiles y la tranquilidad de la vida doméstica podrán estar seguros.

Finalmente, elevamos plegarias a Dios óptimo y máximo, que es el Señor de las ciencias[2] a su Virgen Madre, que es llamada sede de la sabiduría, teniendo por intercesor a Pedro Canisio, que tanto honor y alabanza mereció de la Iglesia por su doctrina, para que hagan eficaces Nuestros votos por el incremento de la Iglesia y por el bien de la juventud. Alentados con esta esperanza, concedemos amantísimamente, a vosotros, Venerables Hermanos, y a todo vuestro clero y pueblo, como presagio de los dones celestiales y testimonio de Nuestra paternal benevolencia, la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el día 1 de Agosto de 1897; de Nuestro Pontificado el año vigésimo.

LEÓN PAPA XIII
  1. Sb 13, 1.
  2. I Sam 2, 3.