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ENCÍCLICA

y que las cosas que parece están más distantes y aun opuestas entre sí, pue­den armonizarse y componerse tan fácilmente con la filosofía, que la una brille y resplandezca más con la luz de la otra; que la naturaleza no es enemiga sino compañera y ayuda de la religión; por cuyo influjo no solamente se enriquece todo género de conocimiento, si­ no que las letras y las artes reciben más fuerza y vida. Por lo cual lo que, entre las gentes sobre todo se confía en lo humano, ni ofrece confianza a la sabiduría de los ignorantes y es despre­ ciado por los doctos, puesto que no viene precedido de deslumbrante forma. Somos deudores a los sabios no menos que a los ignorantes, de tal modo que con aquéllos estemos combatiendo y con éstos estemos alentando y levantando a los débiles y caídos.

Así es manifiesto cuán ancho campo sea el de la Iglesia. Pues cuando el ánimo se detiene a considerar, después de los cotidianos combates, observa que la fe que sellaron con su sangre los esforzados mártires, es la misma que ilustraron con su ingenio y ciencia los sabios. En esta obra de alabanza aparecen en primer término los Padres, a cuyos dardos nada pudo resistirse, pues hasta su voz llena de erudición era digna de griegos y romanos. Por cuya doctrina y elocuencia excitados muchos, cual por aguijones, dedicaron todas sus energías al estudio de las cosas sagradas: formaron un patrimonio amplísimo de la sabiduría cristiana, en el que en todo tiempo la posteridad encontrase medios de desvanecer las viejas supersticiones y de contradecir las nuevas manifestaciones del error. No ha habido época que no haya producido esta copiosa falange de doctores, ni siquiera aquella en que todas las bellezas, por la invasión de los bárbaros, parecían relega­das al olvido y desprecio; de tal modo, que si no perecieron aquellas admirables obras de la inteligencia y de las manos de los hombres, y las riquezas que en otro tiempo eran tan estimadas por griegos y romanos, se debe al trabajo y cuidado de la Iglesia.

Pero si tanto brillo producido por los estudios de la ciencia y del arte cede en gloria de la religión, importa que de tal modo se piense y con tal actividad se obre, por los que emplearon en esto sus fuerzas, que no parezca ayuno y estéril su conocimiento. Procuren los doctos ordenar sus estudios a utilidad de la república cristiana, y dedicar el tiempo disponible al negocio común, para que su ciencia no sea sólo especulativa,