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ENCÍCLICA

como de controversias y costumbres, se dedicaba a componer libritos que afirmasen la fe de las clases populares, o las excitasen o moviesen a la piedad. Es admirable cuánto trabajó de este modo para evitar que los incautos cayesen en los lazos del error, publicando a este fin una Suma de la doctrina católica, obra voluminosa y substanciosa, sobresaliente en la elegancia del latín, no indigno del estilo de los Padres de la Iglesia. A esta preclara obra, recibida en casi toda Europa con gran aplauso por los doctos, ceden en magnitud, mas no en utilidad, aquellos dos célebres catecismos, escritos por el bien­ aventurado varón para uso de los ignorantes; uno para instruir en la religión a los niños, y el otro para instruir a los jóvenes que se dedicaban al estudio de las letras. Uno y otro, tan luego fue­ ron editados, tan en gracia cayeron a los católicos, que no había quién se dedicase a enseñar los rudimentos de religión y no les tuviese en sus manos, no sólo en las escuelas se daba a los niños, cual substanciosa leche, sino que públicamente se explicaba en los templos para utilidad común. Por lo cual ha sucedido que·Canisio ha sido considerado por espacio de tres siglos como común maestro de los católicos, hasta: el punto de que en lenguaje vulgar significase lo mismo conocer a Canisio que conservar la verdad cristiana.

Tales documentos de este santísimo varón indican bien claramente a todos la necesidad de seguir sus huellas. Bien sabemos, Venerables Hermanos, que es digno de alabanza el modo de obrar de vuestra gente, que aprovecha sabiamente y con gran éxito el ingenio y los estudios para contribuir al esplendor de la patria y procurar el bien privado y público. Pero es de suma importancia, que cuantos entre vos­otros son buenos y sabios trabajen con ahínco por la religión, ofreciendo para su esplendor y defensa toda la lumbre de su ingenio y todas las fuerzas de su literatura; y con el mismo fin aprovecharse inmediatamente y recoger en su conocimiento cuanto por doquiera haya de bueno para el progreso del arte y de la ciencia. Pues, si ha existido alguna época en que, para la defensa de la causa católica, sea muy provechosa la abundancia de erudición y doctrina, ninguna como la nuestra, en que la necesidad de combatir a los enemigos de la fe cristiana presta ocasión de dedicarse con toda celeridad a toda clase de conocimientos. Las mismas fuerzas se han de emplear en rechazar el ataque de los enemigos; ocupando antes su lugar; arrancando de sus manos las armas con que pretenden romper toda alianza entre lo divino y lo humano, y así será fácil a los varones católicos, dotados de ese vigor e instrucción, demostrar palmariamente, que la fe divina no sola­mente no entorpece el progreso de la humanidad, antes por el contrario es como su complemento y perfección;