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APÉNDICE.
No. 1.


CARTA SUPLEMENTARIA SOBRE LAS ISLAS SÁNDWICH, LAS CA-

LIFORNIAS, Y LA POLÍTICA EXTERIOR DE LOS ESTADOS UNIDOS

EN RELACIÓN CON LAS INVASIONES DE INGLATERRA.

Si hay algo que curiosamente distingue la habilidad política de Inglaterra, es la prospectiva sabiduría con que sus ministros (mientras protegen los intereses momentáneos en casa) buscan nuevos conductos de ventilación para el trabajo de su población y el excedente de esa población, también, cuando se vuelve demasiado concurrido dentro de los límites de las islas británicas. Es el deseo de esta política vigilante que curiosamente caracteriza a nuestro país. En medio de un vasto territorio, con amplio espacio para la expansión de nuestros habitantes durante cientos de años, somos descuidados del futuro, y no miramos con desconfianza los puntos geográficos de ventaja alrededor de la tierra de que Inglaterra gradualmente se está posesionando, para la extensión y la tutela de sus intereses comerciales. Así le permitimos aun rival ambicioso y acaparador monopolizar posiciones que, si no afectan directamente a la gente de nuestra generación, no pueden fallar, especialmente en caso de guerra, en dañar y afectar nuestra posteridad.

Hemos visto Gran Bretaña añadir a Afganistán, Scinde y el imperio chino, a su control dentro de los dos últimos años; al mismo tiempo arreglando su poder constantemente en Canadá, por la represión de todo síntoma de espíritu rebelde. La hemos visto firmemente plantada en sus fortalezas en las Bermudas, estableciéndose en Belice e invadiendo Guatemala; la hemos visto mantener la llave del Mediterráneo en Gibraltar y el poder de los estrechos en Malta y las Islas Jónicas; le encontramos en el Atlántico Sur, en Santa Helena y en los mares de la India en innumerables islas; y nos enteramos que finalmente asaltó, sin previo aviso, al grupo de Hawái, con el mismo espíritu que animó a sus conquistas en China, (aunque ella ha desde entonces oficialmente desautorizado los actos de su oficial.) Gran Bretaña así ha rodeado el mundo con su poder y en esta adquisición codiciosa de territorio y prudente cuidado de los recursos, nuestros estadistas deberían al menos percibir una advertencia de peligro de un audaz y ambicioso rival, si no aprenden una lección que, en circunstancias similares, estarían estudiando para emular.

El temperamento de nuestra República está enteramente muy dedicado a los intereses del día que pasa. Nos retorcimos bajo la deuda, y nos apresuramos a repudiar. Sufrimos bajo dificultades financieras, y adoptamos algún paliativo rápido que nos salve de la ruina momentánea. No nos gusta la política de la hora, y la atribuimos exclusivamente fallas del Ejecutivo; y las continuas distracciones del sistema entero de nuestro Gobierno popular solo parecen nutrir un incesante nerviosismo sobre quién de gobernar, y quien debe controlar el patrocinio nacional. Este espíritu crea un sistema vacilante, el cual, al final, se deberá convertir en una característica nacional. Si