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DISTRIBUCIÓN DE LA PROPIEDAD DE LA IGLESIA.


Hay una cosa que, confieso, deseo especialmente ver el General Santa Anna hacer; esto es, un acto por el cual el reinado de Enrique VIII es principalmente encomiable. Me refiero a la incautación y distribución de los bienes de la iglesia.

Es cierto, que el Presidente todavía pudiera temer el poder que posee la Hermandad, no sólo sobre la gente común, sino también sobre los comunes materiales que componen al ejército;—pero peligrosas enfermedades requieren remedios peligrosos y una mano audaz y confiada para aplicarlos. Enrique VIII hizo esto en un país esencialmente católico y en una edad más supersticiosa, y se ha efectuado recientemente en España y en la Habana. A fin de lograr este objeto, correctamente y en la forma más beneficiosa, no sólo para la Iglesia sino a la masa del pueblo, sería bueno para él, en su presente aumento del ejército, forzar al ejercito a todo ocioso, vagabundo o lépero, que abundanen la ciudad y suburbios; y después de entrenarlos y habituarlos a obediencia militar, llevar estas tropas a las diferentes partes de la República, dando, como recompensa por sus servicios, porciones de las fincas ahora en posesión del sacerdocio, reservando el resto para vender a precios moderados a los indios que trabajan para la iglesia. Al hacer esto se beneficiaría la nación incorporando una gran propiedad en el bien común y dando empleo a miles, cuya indigencia absoluta y vagabundismo sin precedente en ninguna otra parte del mundo.

¡El territorio así adquirido y vendido o distribuido,—que imagen de nacimiento de civilización se extendería sobre la tierra! Los esclavos de medios muertos de hambre de la Iglesia y de los grandes propietarios, se elevaban repentinamente en hombría, mantendría un sentimiento que eran verdaderamente humanos, y un rápido progreso intelectual se iniciaría con la adquisición de la propiedad.

Las mayores producciones del suelo naturalmente exigiría nuevos mercados—mercados produciría nuevos caminos—nuevos medios de transporte—nuevos inventos de implementos agrícolas—nuevas necesidades de artículos de buen gusto, lujo y refinamiento. Los hombres comenzarían a viajar por las carreteras nuevas. México se familiarizaría con ella. El espíritu inactivo creado por lujosas producciones de minas, despertaría de su letargo. Habría una gradual infusión de sangre extranjera, haciendo que sus ciudadanos fueran emulados por otras naciones; y así, en pocos años, México podría contemplar sus propios buques en el extranjero llevando sus propios productos—aprendería que ella tenía en su suelo otras fuentes de riqueza además de sus minerales—atraería de regreso algunos de los millones que ha proporcionado al mundo desde hace trescientos años y en fin, independizarse en todos los sentidos.

Estos son bellos objetos a dar a la ambición de un patriota. Si posee el poder e influencia, que creo que él tiene, Santa Anna puede efectuar todo esto si él vive, ya que tiene talento y energía competente para la tarea; pero si falla y asume el púrpura Imperial, estaré tan equivocado como me sentiré afectado de ver tan gloriosa oportunidad para una espléndida inmortalidad perdida por un héroe.