El General Santa Anna fue quien asestó el primer golpe contra el poder de Iturbide, y es de esperar que su corazón no se haya enfriado hacia la libertad como ha crecido en años.
Ahora, si bien es cierto que las personas están solo poco interesadas en los pronunciamientos, (que se realizan por regimientos u oficiales del ejército), pero, creo que los disturbios de 1841 fueron decididamente populares con las masas y principalmente, por un impuesto de consumo interno, que encontraron extremadamente oneroso. Debe decirse, en justicia a Bustamante y su gabinete, que ellos también se oponían; pero encontrando al Congreso decidido a continuarlo, se sintieron obligados a mantener la ley mientras fueran sus ministros bajo la Constitución
Al comienzo de su administración, en septiembre de 1841, Santa Anna tuvo las más extraordinarias dificultades con que lidiar. ¡Un ejército de cerca de treinta mil hombres estaba en pie y debia ser mantenido;—los funcionarios del Gobierno eran muy numerosos y debia pagarles;—había disensiones entre sus tropas y celosos de su poder;—todo el país estaba en efervecensia política;—la moneda de cobre (la moneda única de las masas) se depreciaba más del cincuenta por ciento;—y como corona del catálogo de desgracias, cuando entró en el Palacio no había un solo dólar en el tesoro!
Aun así, no se afectó por estas increíbles dificultades. Apoyó a su ejército, pagó a sus empleados, sofocó todas las disensiones entre las tropas y oficiales, pacificó el país, retiró la moneda de cobre y emitió nuevas, dispersó un Congreso cuya constitución no le gustaba—y, por más de dos años, fue el poder supremo de su país en contra de los jefes rebeldes y demagogos enojados. Tampoco fueron sus esfuerzos solo confinados a sus relaciones nacionales, durante este período tormentoso. Por su habilidad y energía logró evitar los horrores de una guerra extranjera y mantener relaciones amistosas con todos los poderes con quien México lleva a la relación de un deudor.
Habiendo así pasado la parte as difícil de su administración y estableciendo un sistema de Gobierno que apenas puede llamarse constitucional, es su primer deber administrar ese Gobierno con un brazo fuerte pero patriótico. Debe asegurar la paz a su país contra todo peligro,—incluso si esa paz se hace con despotismo. Él debe terminar, para siempre, ese espíritu rebelde en el ejército, que tan fácilmente se excita por cada líder ambicioso que obtiene una influencia momentánea y embrolla toda la nación a fin de elevarse en el poder.
Los extranjeros, que son ignorantes de los ensayos y turbulencia con que está rodeado y los esfuerzos que se realizan a menudo en México para derrotar las intenciones más patrióticas, pueden llamarlo un tirano; pero lo es, no obstante, su deber es perseverar duramente hasta establecer una tranquilidad permanente, solo en virtud de la cual su país puede avanzar.