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MEXICO.

¡Los cigarros no nos ayudaron esta vez! Sus hombres estaban cansados y él no podía dar escolta.

La noche pronto cayó oscuro y fríamente alrededor. En estas regiones elevadas el aire es frío y penetrante; pero no nos atrevimos abajar las cortinas de la diligencia por temor a un ataque. Por lo que nos pusimos nuestros mantos y abrigos y pusimos nuestras armas y pistolas en los marcos de la ventana. Juan, el viejo héroe gris, estaba vigilante, con su trabuco, en la caja, y el conductor prometió tener un ojo a barlovento.

Nos sacudimos de nuevo, a veces casi nos paramos, y, en bruscos descensos suaves, avanzando rápidamente en la noche oscura y sin luna, que parecía amenazar nuestra destrucción entre las rocas. Seis, siete, ocho y media pasaron, y no aparecieron ladrones, aunque hubo varias falsas alarmas. La carretera se convirtió de mal en peor, la diligencia brincando sobre las piedras como un barco en un mar de frente y el conductor estaba obligado a descender de su asiento y sentir el camino. Vimos luces pasando sobre la maleza en muchos lugares, y supusimos que podrían ser luces de señales de ladrones. Tras la debida consulta, se determinó ¡que eran! ¡Cuando nos acercamos resultaron ser luciérnagas! Buscamos nuestros fulminantes y los encontramos bien, y, en ese momento, la diligencia se detuvo súbitamente en la más oscura barranca imaginable.

"Un camino muy malo, señor," dijo Juan, en la caja, preparando su trabuco. Su clic fue ominoso, y estábamos en alerta.

"Hay algo negro -a caballo- justo delante de nosotros," añadió.

Un silbido entre los arbustos. Crujió el látigo sin piedad sobre las mulas y a diez pasos adelante, salió "el algo algo negro" ¡y salieron tres vacas!

Confieso un poca ansiedad cuando amartillé mi arma después de que Juan dijo el "algo negro" fue suficiente para hacer a uno un poco nervioso, encerrado con nueve en una diligencia, en una noche oscura, en una carretera mala, y ser tiroteado por "algo negro." Pero cuando el peligro resulta ser una vaca pacífica, uno se siente tan ridículo como antes se había nervioso. Como nos habíamos tenido suficiente emoción de ese tipo, desamartillé mi arma, poner el cañón fuera de la ventana y manteniendo un dedo en el gatillo, me tomé una siesta en la esquina.

Sacudidas, brincos, ladeadas, nada, me despertó hasta que una áspera voz rugió en mi oído: "!Allí están!" Me desperté en un momento, y moviendo mi pulgar al martillo de mi arma, me encontré desarmado. La diligencia había parado, había luces y voces extrañas alrededor de ella.

¡Pasó un minuto antes de poderme quitar la opresión de mi profundo sueño y encontré que mi vecino había quietamente hurtado mi arma durante mi sueño, y que estábamos esperando mientras la guardia en el garita de Jalapa examinaba nuestros papeles de viaje!

En unos momentos volvimos de nuevo al camino y ala nueve y media entramos al patio de una excelente posada en Xalapa, donde nos sirvieron una buena comida que sirvió tanto de comida y cena, sazonado con la broma de mi diestro robo.