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MÉXICO.

nos reunimos bajo el cobijo de los árboles y cenamos carne seca, chiles y pulque, preparándonos para nuestra visita a Tezcosingo.[1]

Directamente a los pies de la elevación donde descansamos, había una extensa ruina india. Un buen sistema de ingeniería, el agua se traía por los antiguos de la sierra oriental, una distancia, probablemente, de tres leguas, por conductos a través de barrancas y a lo largo de los lados de la colina; y los restos bajo nosotros fue uno de estos acueductos, a través de un barranco como a cien pies de altitud.

El dibujo en la página opuesta da una vista de esta obra. La base de los dos conductos se eleva al nivel requerido en piedras y mampostería y los canales para el agua están hechos de un cemento extremadamente duro de mortero y fragmentos de polvo de ladrillo. Aunque, por supuesto, desde hace mucho tiempo abandonado, es, en muchos lugares, tan perfecto como el día de su terminación; y quizás una obra tan buena, a todos los efectos necesarios como podría ser formada en el día de hoy por los ingenieros más expertos.

La vista sobre el Valle, al norte, hacia las pirámides de Teotihuacán y a través del lago a México, fue ininterrumpida; y la ciudad (más allá de las aguas, rodeado por un espejismo en la lejana llanura) parecía colocada nuevamente, como lo fue hace trescientos años, en medio de un hermoso lago.

Después de terminar nuestra comida, dimos una pequeña compensación al indio concienzudo (que parecía encantado de escapar el sacrilegio meditado) y reanudamos nuestra ruta hacia Tezcosingo. La carretera, para una larga distancia, esta sobre una extensa meseta, con un valle profundo al norte y sur, lleno en ambos lados con haciendas, aldeas y plantaciones. Cruzamos el hombro de una montaña y descendimos a mitad de camino un segundo barranco, cerca de un octavo de milla de extensión, hasta llegamos al nivel de otro antiguo acueducto que llevaba agua directamente a la colina de Tezcosingo. Esta elevación era más amplia, más firme e incluso en mejor preservación, que la primera. Puede ser cruzada a caballo—tres de ancho.

Tan pronto llegamos a la celebrada colina comenzamos a ascender rápidamente, por un camino de ganado casi imperceptible, entre gigantescos cactus, cuyas espinas rasgaron nuestra piel al rozarlos. Por toda la superficie, había restos de un camino espiral cortado en la roca viva, plagada de frag -

  1. Después de mi regreso a México, tío Ignacio persistió en la obtención de algunos de estos "ancestrales huesos" de las barrancas y, aunque la bolsa que mandó era casi polvo antes de llegarme, todavía había algunos fragmentos considerables que yo deseaba presentar nuestros naturalistas para su opinión. Sin embargo, aun no llegan a los Estados Unidos de Veracruz. Latrobe, en la página 144, de sus caminatas en México, relata que algunos obreros excavando un canal en Chapingo, (una hacienda cerca de Texcoco), llegaron a cuatro pies debajo de la superficie, a "una calzada antigua, de cuya existencia no había la más remota sospecha. Los palos de cedro que apoyaban los lados estaban todavía duros: y tres pies por debajo de esta antigua obra encontraron el esqueleto completo de un mastodonte en arcilla azul. El diámetro del tronco era dieciocho pulgadas. Dondequiera que extensas excavaciones se han hecho sobre el terreno de la meseta y en el Valle en los últimos años, casi siempre se han encontrado restos de este animal. En los cimientos de la Iglesia de Guadalupe— en la finca de San Nicolás, cuatro leguas al sur y en Guadalajara, partes del esqueleto se han descubierto." ¿Tenían los antiguos algún medio de domar estas bestias para trabajar en su gigantesca arquitectura?