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EXCURSIÓN A TECOZINGO.

En la aldea de Huejutla hay algunos restos interesantes de los antiguos indios. Una gran muralla en ruinas, de unos veinticinco pies de altura y cinco o seis de grosor, es señalada como parte de un palacio y que termina a la hacia el este, en las pendientes de una barranca. Esta barranca está cruzada por un antiguo puente arqueado, que no visitamos. La antigüedad más interesante y ciertamente la más pintoresca, en los alrededores, es una noble fila de diecisiete los olivos, en un claustro, cerca de la iglesia, al parecer plantados por los conquistadores.

Nos detuvimos en la casa de un Alcalde en la aldea de Natividad, a buscar un guía Indio, que había prometido sus servicios para ayudar a Ignacio en descubrir ciertos restos fósiles que hay en los bordes de la montañas hacia el este; pero, después de esperar un período considerable de tiempo, ni Ignacio ni el indio apareció, y decidimos continuar solos hacia Tezcosingo, bajo la escolta de L——, que decían estar muy familiarizado con la colina y sus antigüedades.

La montaña cónica se eleva de la llanura directamente al norte de nosotros; pero para llegar a su base, nos vimos obligados a descender un barranco tres o cuatrocientos pies de profundidad y luego ascender a lo largo de acantilados y hierbas como aquellos que se opusieron a nosotros en nuestro viaje a Xochicalco. Finalmente llegamos al pie de la montaña y comenzamos un ascenso en zigzag hacia el este entre nopales y rocas que parecían casi impasables.

Logramos, sin embargo, llegar a la cima de las crestas después de una hora de trabajo y vimos a Ignacio en la distancia, recorriendo la llanura a galope. Un grito nuestro llamó su atención y llevando su caballo, rápidamente estuvo a nuestro lado en completa carrera sobre cañada y barranco. Me sentía mortificado de haber perdido confianza en él en la aldea, como vimos en la explicación, él había estado ansiosamente tratando de convencer al indio para que nos guiara. El salvaje, sin embargo, constantemente persistió durante mucho tiempo en negarse a acompañarle; creyendo que si señalaba los restos fósiles, sin duda nos llevaríamos algunos de ellos, "lo que él nunca consentiría, ya que eran ¡huesos de ciertos gigantes que habían sido los antepasados de su raza"!

No se por medio de qué brujería Ignacio logró finalmente convencer al Indio; pero lo señaló, esperándonos al pie de un grupo de palmeras sobre una colina opuesta. Allí ascendimos rápidamente; sin embargo, apenas habíamos llegamos a los árboles, cuando la lluvia comenzó a caer desde el este, donde se había estado gestando como de costumbre por la última hora alrededor de las cejas del viejo Tláloc.

El día ya estaba muy avanzado y aún no habíamos visto nada de notable interés. A la distancia de un par de leguas hacia el este, estaba al borde de la barranca que contiene los huesos; mientras que, una legua hacia el oeste, estaba la colina inexplorada de Tezcosingo. Ver ambos lugares en esta tarde era imposible y que cediendo, por lo tanto, la solicitud del Indio, quien nos señaló el lugar de descanso de los "huesos de sus antepasados" en el suelo arcilloso de la barranca del este