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CIUDAD DE CUERNAVACA.

cura de pueblo con buen corazón, arrastran una existencia miserable de bestialidad y delincuencia. ¿Se deberá esperar que estos hombres se autogobiernen?


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Fue mucho después del atardecer cuando descendimos la última pendiente y pasamos un bonito pueblito, donde la gente estaba sentada en frente de sus casas de bajos techos, de todas salía música de guitarras. El cielo brillante reflejaba un largo crepúsculo, y oscurecía cuando trotamos a Cuernavaca, después de un viaje de catorce leguas.

Nuestros compañeros ya habían llegado a la Posada, y al entrar al patio, le encontramos "con error y atravesados" (à tort et à travers) con el propietario acerca de las habitaciones. Habíamos visto un llameante anuncio de esta taberna y sus comodidades en los periódicos de la Capital y contábamos en gran medida en espléndidas habitaciones y sabrosa cena después de nuestro cansado camino y desayuno de picnic. Pero, como en el "hotel de diligencia" en la mañana— todo salió con la tonada de "No hai!" No hai camas, salas, carnes, sopas, cena— ¡nada! ¡No tenían nada! Acabamos por asegurar dos habitaciones y fuimos a examinarles, tanto como mis piernas (rígidas de estar todo el día en los duros estribos mexicanos) me dejaban. Al primer cuarto que entré estaba cubierta con agua de las lluvias. ¡El segundo estaba unido al primero; y, aunque las paredes estaban húmedas, el suelo estaba seco; pero no había ventana ni abertura, excepto la puerta!

Habíamos asegurado el cuarto y por supuesto queríamos camas; porque, habitación y cama y mesa y lavabo y toallas y jabón, no son todos sinónimos aquí como en otros países civilizados. Cuatro de nuestros viajeros afortunadamente había traído catres con ellos; pero yo había confiado en mis dos cobijas y mis viejos hábitos de forrajeo. Al cabo el hostelero logró encontrar una cama para dos de nosotros y un catre para mí, y así la noche estaba prevista. Habíamos decidido no dormir sin cenar y mi talento en esa parte de nuestras aventuras se había comprobado en la mañana, fui enviado a la cocina. No revelaré la historia de mis negociaciones en esta ocasión, pero basta con decir que en una hora teníamos una sopa; un fragmento de carne de cordero guisado; un plato de frijoles lima; un plato famoso de guajolote y chile; y la mesa tenia una enorme cabeza de lechuga en el centro, adornado con puestos de naranjas a ambos lados, mientras que dos enormes piñas levantaban sus espinosas hojas por todos lados.

Una hora después todos nos habíamos retirado a nuestra habitación sin ventanas y después de apilar nuestro equipaje contra la puerta para mantener alejados a los ladrones, me envolví en mi cobija, sobre el desnudo, sin almohada, base colgada y pronto estaba durmiendo.

Lunes 19 de septiembre. La mañana fue extremadamente fina, el sol estaba brillante y no había ningún síntoma de la lluvia que