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MÉXICO.

la respuesta fue el movimiento lento de pulgar largo de derecha a izquierda y un "No hai!"

"¿hay huevos?"
"No hai!"
"¿Tortillas?"
"No hai".
"¿pulqué?"
"No hai".
"¿chilé?"
"No hai".
"¿agua?"
"No hai!"
"¿Entonces que tienes?", exclamamos en un coro desesperado.
" "¡Nada!"

Intentamos convencer, pero sin efecto; y por fin, ordenamos descargar una mula y desempacar nuestras propias disposiciones. Esto produjo un gran revuelo en el hogar, tan pronto se hizo evidente que no iba a haber ninguna oferta más alta por alimentos.

En un momento unas palmas de manos se escucharon en la habitación contigua, y encontré un par de mujeres trabajando, una moliendo maíz para tortillas y la otra haciéndolas para la plancha. Hubo dos o tres niñas en el apartamento, y ocupando un asiento en un madero y ofreciendo un cigarrito a cada una de ellas, empecé una charla con la más guapa, mientras estaban cocinando las tortillas. Un cigarrito, una pieza, agotado, y con ellos, media docena de chistes, ofreció otro a cada una de las damiselas y las encontré de mejor humor. Después, una se levantó y después de hurgar entre las macetas en una esquina, produjo un par de huevos, que dijo debía ser cocinados para mí. Le agradecí y con una pequeña persuasión, la induje a agregar media docena más para el resto del grupo. Cuando lo huevos estaban cocidos y las tortillas en el comal, sugerí que un plato de mole de guajolote sería delicioso con ellos y estaba seguro que un grupo de tales bonitas muchachas debía saber cómo hacerlo. "Quien sabe?", dijo una de ellos. "¿No sobró allí algo desde esta mañana?", dijo otra; y ambas se levantaron a la vez y vieron otra vez en las ollas. El resultado fue el descubrimiento de una olla llena de del deseado guajolote y chile y otra bastante llena de deliciosos frijoles. Estas fueron colocados durante cinco minutos a las brasas, y la consecuencia fue que de "Nada," logré juntar un desayuno para alimento de nuestra compañía, los sirvientes y el arriero, y que sin duda habría alimentado las mulas también, si las mulas gustaban de chile. Nunca hice una mejor comida, saboreándola mucho a pesar del mantel sucio, la mujer sucia, el pueblo sucio y el hecho de que mi respetada tortillera, mientras hacia su loable empresa, había ocasionalmente variado la ocupación, dándole palmaditas a las tortillas y otra, con la misma mano, en la parte más delicada de los calzones de cuero de un mocoso que la molestaba con sus gritos y sus travesuras. Durante mucho tiempo voy a recordar a esas muchachas, y