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VIRGEN DE LOS REMEDIOS.

La falla está en permitir estos ritos idólatras, ante la falsa imagen de otra imagen; aunque quizás se pueda decir, que como el Catolicismo es la "fusión de rituales de muchas naciones", no hay ningún daño en permitirle a estos indios inocentes mezclar las reliquias de la adoración de sus padres, siempre y cuando todo el servicio sea ofrecido en honor del Dios eternamente vivo.

Durante la mañana, subí a la cima de la torre de la iglesia, a través de un enjambre de indios, que estaban en un conjunto de cuartos con piso de barro en el patio interior y la parte superior del edificio sagrado, que se les permitía ocupar como una especie de hospedaje público durante el período de la peregrinación. Esas masas de suciedad, la mugre e impureza personal, es difícil incluso de imaginar; y estoy feliz de decir, que con excepción del festival en Guadalupe, fue la única exhibición de este tipo que he visto de los indios en México.

Pero fui recompensado de mi disgusto al llegar a la cima de la torre de la iglesia. La vista era magnífica, como es, de hecho, casi cada perspectiva desde las alturas en este valle. La iglesia esta sola, en el lado sombrío lado de una montaña. Detrás de ella sus laderas se elevan rápidamente, con profundas cañadas descendiendo de ellos, regada por numerosos arroyos y abarcando su grandeza solitaria y salvaje, por un noble acueducto de cincuenta arcos. Pero al este estaba el hermoso valle—su planicie— sus lagos plateados—y ciudad con torretas enclavado en sus fronteras; mientras, lejos en la distancia, a más de cincuenta millas de distancia, se elevan los grises volcanes, coronado con sus nieves eternas y nubes.

No puedo concluir el relato de esta escena India, sin ofrecer mi testimonio en favor del temperamento y templanza de los nativos. En todas las escenas de ese día, pasada entre tantos miles de indios, sólo vi a tres o cuatro intoxicados en absoluto. No hubo ni pleitos ni discusiones; todos parecían reunidos con el propósito de un festival anual y todo realizado con un espíritu agradable. El hombre más tomado en la multitud fue el Corregidor— un salvaje viejo, perezoso, con pantalones de cuero, que anduvo entre la multitud todo el día, dando sermones a los indios de sobriedad y buen comportamiento. Fue su desgracia, sin embargo, que los deberes de posición lo llevaron muy frecuentemente a las pulquerías que a otros lugares, ni le permitían irse sin un vaso de despedida, a lo que fue presionado por los numerosos amigos con quien todos los grandes hombres grandes son afectados. Lo dejé con una lección de hipo y cerrando sus ojos sus ojos muy lentamente a un viejo indio; que, habiendo sido su predecesor en el cargo, había caído en desgracia por la potencia del pulque. ¡Era la fatal desgracia de todos los corregidores!

Dije, en la parte anterior de estas cartas, que la verdadera Virgen había sido llevada a la Catedral de México; y que está en ese templo en su santuario de plata, disfrutando posesión de tres enaguas bordadas con perlas, diamantes y esmeraldas.

Si ella posee el poder de curar los males de los demás, ¡ay, no tiene! la habilidad de sanar lo propio. ¡Ella está en una condición muy dilapidada!

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