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MÉXICO.

ante la imagen, fueron depositados en la sacristía. Una sucesión constante de estas ofrendas llegaron hasta cerca de las 2; cuando terminaron los servicios de la mañana, la imagen fue sacada del tabernáculo y colocada bajo un dosel, mientras un sacerdote llevaba la ostia consagrada, y la procesión comenzó su marcha. Todas las cabezas se descubrieron a la vez, y fui al piso superior de la iglesia para tener una mejor vista de la ceremonia. En la puerta de la iglesia había un indio andrajoso, con un gran fuego artificial en la cabeza, hecha en forma de un caballo, rodeado de buscapiés y cohetes; detrás de él había cinco hombres y una mujer de uno de los pueblos, bien vestidos, sus cabezas cubiertas con pañuelos de seda o de algodón rojos. Los hombres tenían tablas finas en sus manos, y pequeñas julas, hechas de caña, amarradas en sus espaldas. La mujer tenía una canasta cubierta ante ella y uno de los hombres tocaba una guitarra, dando sucesivamente la misma monótona melodía de las flautas y tambores. Tan pronto como la procesión llegó al portal, toda la multitud se arrodilló y los indios aventaron varios pequeños cohetes y cañones. Las flores enormes—que antes he descrito subiendo y bajando con cuerdas desde la torre de la iglesia a la puerta—fueron abiertas por un resorte secreto y una lluvia de hojas de rosas cayó sobre los sacerdotes y las imágenes que pasaban. Juan Diego dobló las rodillas por algunos mecanismos igualmente secretos y continuó su peregrinación en la cuerda a través del aire. La flauta y el tambor tocaron una vez más y el indio con el caballo de fuegos artificiales, acompañado por los otros seis, empezó a irse en un baile trotando mientras se acercaba la imagen sagrada— girando y saltando con la música bárbara, con cuidado de mantener sus caras hacía la Virgen. De repente, un indio salió detrás del que llevaba encima los fuegos artificiales y lo prendió con su cerillo. En este momento las campanas empezaron a repicar, — y entonces, en medio del repicar, detonaron los buscapiés, petardos y cohetes y la fuerte explosión del caballo, la procesión salió del patio al pueblo, para realizar un recorrido por la plaza entre los apostadores, pulquerías y vendedores de fruta; todos los cuales suspendieron sus operaciones al momento y se arrodillaron ante la figura sagrada.

Después del regreso de la Virgen a la iglesia, hubo otra gran explosión de fuegos artificiales en una rueda y más cañones fueron disparados. La multitud entonces se reunió en grupos e hicieron una comida frugal de frutas, dulce, tortillas, y los nunca faltantes frijoles y chile. Para las 4, la mayoría de los indios habían trotado una vez más a sus aldeas, algunas de las cuales estaban a una distancia de no menos de veinte o treinta millas.

Toda la ceremonia de este día, me parecía nada más que una "danza de maíz;" india y es, sin duda, entre los indios de mente simple, un festival de gratitud a Dios por los cultivos que las abundantes temporadas les ha bendecido; en otras palabras, un sustituto de los sacrificios que alguna vez hicieron de frutas, flores y pájaros, a su diosa Centéotl.