Es de esta manera, que supongo, que algunas de las franquicias actuales han sido conseguidas y las mantienen reflexivamente. Ha habido esbirros para conseguirlas y entregarlas a los patrones, que esperan un rato antes de ir a trabajar, confiando en influir para adquirir terrenos adecuados y renovaciones de tiempo, si es necesario.
Circulaban historias de las prácticas empleadas en la obtención de concesiones y subsidios, que prefiero creer son falsificaciones. Escuché una o dos de ellas, es cierto, de fuentes algo creíbles y esas prácticas no son desconocidas en otros lugares; sin embargo prefiero pensar que no hay ninguna persona de prestigio e influencia en México que podría prostituir su alta posición y poner una codicia desvergonzada para ganar antes del interés público en una crisis como la actual, como estas historias parecen indicar.
"Por eso, en nuestro gran oeste," dijo un visitante estadounidense, sentándose en su silla para quejarse enérgicamente de cierto trato que había recibido, "si un inmigrante viene a nosotros, le damos un empujón. Le ayudamos a construir su casa, o tal vez poner su granero; y estamos contentos en hacerlo. Si tiene capital para iniciar algún tipo de fábrica, le damos un pedazo de tierra de forma gratuita. Es el estilo americano. Ponemos nuestras manos en nuestros bolsillos y pagamos un poco, sabiendo muy bien que lo recuperaremos en el tiempo en la mayor prosperidad de la ciudad."
"Sí", dije, a modo de compasión con su situación ofendida, y un orgullo adecuado del estilo estadounidense de hacer las cosas, "y me han dicho que, en Chicago y St. Louis, te pagan la cuenta del hotel facturas por un tiempo y tratan de mantenerlo, si no como residente permanente, al menos suficiente tiempo, hasta el siguiente censo, e incluirlo."
"Pero aquí," continuó mi interlocutor, "no hay nada de eso. Lo primero que se preguntan del recién