una severidad desmedida, y es un eco de las feroces opiniones de la arena misma.
"Los toros de Cieneguilla", dirá la Muleta, por ejemplo, "ellos están bien absueltos, pero los picadores —¡una providencia misericordiosa nos evite más de su tipo en el futuro! Nuestras ganaderías y gerentes nos están ofreciendo como picador al primer borracho que encuentran en la carretera— probablemente un zapatero, o cualquier chusma pobre sea cual sea. En cuanto a los banderilleros, salvo Ramón López, 'El Chiquitín' y Ramón Márquez, no había ninguno que valía la pena. Tenemos un Tovalo, ¡el cielo guarde la marca! que no es apto para banderillear una cabra; un Cuco que el lenguaje nos falla en su caso —y un Pompeyo quien, si se pudiera solidificar sus fallas, debía ser enterrado fuera de la vista bajo la multitud de ellas.... Ahora, de las espadas, 'El Habanero', fue desafortunado con su primer Toro, doblemente con su segundo y también totalmente desafortunado para todo con el tercero. Hace un año el Habanero fue un tipo de hombre, y ahora es otro. ¿Esto es sólo el efecto natural de su estatura pigmea, su mano temblorosa? Él simplemente —talla los toros; y nuestros dioses, ¡Cómo los talla! Una vez se paró firme sobre sus piernas, pero ahora salta como un gato saltando. Ante el cielo, Manolo, esta no es manera de tratar tus obligaciones ante un sufrido público como torero.... Todo el asunto no era una corrida para nada; era una herradura"
La herradura, se llamará a la mente, es la ocasión desordenada, confusa en la que el ganado joven es primero marcado con la marca de su propietario.
Esas observaciones son más comunes que lo contrario y están dirigidas, como vemos, a las principales luces de la profesión. Estas revistas técnicas no respetan personas.