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REVIVIENDO LA CORRIDA DE TOROS.

"¡Bell-o! "bell-ís-si-mo!"

Otros tiran sus sombreros al ruedo. Yo no recuerdo bien si los recogieron después o no. Los ricos, en momentos de gran impulso, confieren favores más sustanciales; tiran flores, dinero y objetos de valor como se arrojan a divas. El otro día, en Aranjuez, España, el Marqués de Sandoval complacido mucho con la delicada atención del Espada Felipe de dedicarle la muerte del tercer toro, que le remitió cien dólares y una caja de puros finos de la Habana. Espadas favoritos, tradicionalmente son, receptores de grandes honores y emolumentos. Hay quienes llevan chaquetas con diamante y bordados de perlas al ruedo; y trescientos dólares es una compensación ordinaria para un trabajo de domingo.

Miré para atrás sobre mi hombro. Allí estaba mi amiga la señora, con la misma sonrisa afable. Sus hijas, apenas más que colegialas, Soledad esbelta e Ysabel regordeta, sentadas a su lado, sus mentones sobre sus manos, con ese aire medio ausente bien manejado característico de jóvenes señoritas mexicanas. Es dudoso si hubo un ¡oh! o un ¡ay! de simpatía entre todas ellas. Como la heroína de uno de los recientes poemas —porque los poetas también se inspiran en el tema— podrían haberme respondido al menos, si les hubiera preguntado si les gustó:

"Fue"—me contestó— "cruel y salvaje,

Pero, á decir verdad, me he divertido.

¿Me traerás a la próxima corrida?"


El esposo y padre de la familia, por su parte, estaba

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