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SUBIENDO LA LARGA LADERA DE LA MONTAÑA.

bajo la cual mostraba un revólver de la Armada, en una faja; pantalones apretados, adornados de arriba a abajo con filas de monedas de plata; un gran sombrero de felpa, rodeado con un trenzado de plata; y un pañuelo rojo anudado alrededor de su cuello. Una persona en tal sombrero parecía capaz de cualquier cosa. Y me había olvidado mencionar sus espuelas de plata, con un peso de una o dos libras, botas con exagerados tacones altos y estrechos. Esto último, a propósito, es una peculiaridad de todas las botas y zapatos en el mercado, que pretenden así, aparentemente seguir la vieja tradición castellana de un empeine alto.

¿Sería su plan intimidarnos con su enorme revólver, solamente?

¿O sería, a una señal de preconcebida, ser acompañado por compinches de los coches de tercera clase o una estación, quienes le ayudarían a sacrificarnos?

Es raro el viajero que llega a México por primera vez sin una cabeza llena de historias de violencia. Las numerosas revoluciones, la inteligencia confusa que nos llega desde el país, dan color cualquier cosa semejante; y las historias se mantienen por algún tiempo incluso en los recintos más concurridos.

Nos pusimos en marcha. El recién llegado, en lugar de devorarnos, resultó la persona más amable, y pronto estábamos en excelentes términos con él. Era un acaudalado joven hacendado, o granjero, volviendo a sus fincas, en la que dijo empleaba seiscientas personas. Ofreció puros, nos dio detalles en respuesta a nuestra ansiosa curiosidad acerca de su traje; y poco después todos nos probamos su formidable sombrero —incluyendo la novia—y supimos que el precio de uno en el mercado es de $20 a $30. El sombrero enlazado de plata y adornos de monedas, son una especie favorita de extravagancia mexicana incluso entre las clases bajas,