madera plano, pintado rudamente. Ahora es parte de una floreciente institución colegiada. Enfrente hay un montón de casas de adobe antiguas en ruinas de la misma época; pero no daremos ninguna gran atención a estos, ya vamos actualmente a Monterrey, que tiene, por así decirlo, una gran especialidad en este tipo de cosas.
La Alameda de álamos y sauces hacen una muestra moderada de su edad y difícilmente se pueden comparar con Olmos de New Haven, por ejemplo. Detrás de ellos, a ambos lados del camino, hay casas de un confort burgués, como en la ciudad. Se dice que son residentes ricos y de placer que han sido atraídos aquí a pasar el resto de sus días en paz. Las montañas de la costa, dicen, cortan la niebla y vientos del océano y una cordillera mayor del otro lado detiene los calores del este del país. Nos empeñamos en divinizar, en algún refinamiento superior de gusto y sentimiento, las moradas de los mismos particulares. Es una concepción agradable, la de venir aquí a vivir por la pura delicia física de vida, y muy interesante. Quizás sus hijas estarán en las puertas con un cierto orgullo mezclado con un aire de distinción superior, como si ellos, por su parte, no hubieran tan voluntariamente consentido a abandonar un mundo gran mundo de oportunidades. Pero no logramos. Algunos de estos residentes son simplemente mineros rudos que han roto sus constituciones en Nevada y Utah; y, después de todo, el deseo de vivir una vida de satisfacción física no implica gusto en arquitectura y jardinería.
Uno esperaba una gran novedad y pintoresquismo de estos pueblos, de los románticos "San" y "Santa" y "Los" y "Del" y se siente bastante agra-