principalmente partidos de trote. Me dijeron que la visualización combinada de los dos condados fue más pobre este año que los que habitualmente hacían solos.
Hubo carreras y cabalgata ornamental, un día, por mujeres jóvenes, y quienes tomaron los premios eran niñas de catorce y dieciséis. Otra característica popular de estas ferias de condado era "los torneos de bomberos," en la que diferentes compañías competían en velocidad, equipadas con toda su parafernalia.
Hubo exhibiciones dispersas de ganado con poco o ningún éxito. La calabaza de doscientas libras, el rábano de veintiséis libras, el betabel de cinco pies de largo y uno de ancho, manzanas y peras acordes con ellas, no fueron mostrados. Yo había visto antes, y no mucho lamentamos su ausencia. Me surge una sospecha de que existe una norma de la verdura como de la raza humana, y que los enanos y gigantes no son más afortunados en su diferencia que los otros.
La capacidad del país para producir frutos, no simplemente de tamaño anormal, pero de buena calidad, —excepto la manzana, que requiere condiciones extremas de calor y frío y sigue siendo insípida— ha, tal vez, muy bien comprobado que necesitan exposiciones competitivas. ¿Qué mejor Feria de Condado que la exhibición diaria de frutas y verduras en el mercado de San Francisco? La temporada regular para cualquiera y todos ellos es dos veces tan larga como en la costa atlántica en las latitudes correspondientes.
Atravesé la muy elogiada "Alameda," una avenida de sauces y álamos, de tres millas, establecida en 1799 por frailes españoles. Estos fundaron una misión entre los indios en Santa Clara, a cuyo pueblo se extiende la avenida. Hay restos en Santa Clara de la capilla de la misión, con sus paredes de adobe, de cinco pies de "espesor, y un techo de