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ANTIGUO MÉXICO Y SUS PROVINCIAS PERDIDAS.

Una linterna rotatoria se movía en su cumbre. Se le dijo a confidentes que el Gobierno mantenía presos allí para darle vuelta; y que fueron instruidos en buscar sus formas oscuras, momentáneas y oír sus gritos lúgubres. Escuchamos toda la noche, en cualquier caso, el crujir de las bombas de un barco estadounidense al lado, que había llegado deshabilitado al puerto, con una carga de troncos de Alvarado y apenas podía mantenerse a flote.

Ocurrió que era el aniversario de la llegada de Cortés, en el año 1519. Había llegado en la tarde de un jueves santo, y yo también. Fue en la mañana del Viernes Santo que fui a tierra. Nos llevaron en pequeñas embarcaciones, y nuestro barco descargado por ligeros, ya que no hay en estos puertos mexicanos donde un buque puede amarrar a un muelle en seguridad.

Más de los habituales hechos vergonzosos esperan al viajero ordinario en el muelle de Vera Cruz, por tanto sea apto para conocer menos español que francés — en que la mayor parte de la primera experiencia extranjera se compra cara— y nadie le dirá la verdad. Que se fije en la mente, que no hay sino un tren al día, para la capital y esto es a las once de la noche. Los transeúntes te hacen llevar tu equipaje a un hotel, pretendiendo que no hay otra manera posible. Llevarlo, en cambio, para al depósito de una vez y deshacerse de él y, a continuación, ver la ciudad. Pero la ciudad sin lugar a dudas debe ser vista. Uno no había esperado mucho de un lugar reputado como la casa de la pestilencia, y no voy a recomendar una estancia alargada; pero, desde el punto de vista de lo pintoresco, tiene algunas sorpresas agradables.

Fundada por el conde de Monterrey en la primera parte del siglo XVII — ya que no es exactamente el sitio de la Vera Cruz original de Cortez, ubicada mas arriba— ahora ha alcanzado una población de aproximadamente diecisiete mil.