dice que fue firmado —la más antigua, que es una de las mas desgastada, del lugar. Es de un piso, como la mayoría de casas provinciales mexicanas, con el enjarre muy desgastado en sus adobes, y ahora es una pobre fonda o restaurante, sin ni siquiera un anuncio.
Pero Iguala es encantadora. Una fila de columnas limpias, blancas, hecha por pilares cuadrados de mampostería, soportando techos de mosaico rojo, se extiende alrededor de una plaza central. Las ventanas de las mejores residencias están cerradas, no con vidrio, pero proyectando rejas de madera de postes torneados, pintados de verde. El mercado, una pequeña plaza pavimentado, abierta del otro, consiste en una serie de columnas dobles, ligeras, espaciosas y muy atractivas. La iglesia, de una forma noble, masiva, alegrada por un campanario celeste y un reloj, se encuentra en un recinto herboso rodeado de postes y cadenas. Enfrente está el zócalo, con bancos de ladrillo, profundos, sombra agradecida de tamarindos, tan grandes como Olmos y enramadas de chicharos dulces en flor. Tal Parque, esa iglesia y ese mercado podrían recomendarse concienzudamente como dignos de cualquier pueblo del mundo. Las cabezas de palmeras estrella, follaje de apariencia del Norte. Zacate brota abundantemente entre las piedra y da un aire rural. Una banda tocó en el zócalo en la noche, aunque hubo pero un pequeña grupo de personas para escucharlo.
Mientras hacía un dibujo del zócalo desde un portal algunos jóvenes muy bien vestidos y un profesor salieron. Resultó que esta casa era una escuela y parecía una agradable.
"Amigo" —dijeron, en un tono más bien condescendiente, "¿Cuál es su interés en este lugar? ¿Para que son tus dibujos?"
Tres días más adelante está Chilpancingo, a la que iguales términos de cortesía —en menor medida que Iguala—