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CONVERSACIONES CON UN CORONEL.

El coronel era muy dado, como se dijo, a insistir en el punto de vista del soldado. Un día, cuando él había estado escribiendo, como dijo, a su madre, declaró, en un estado de ánimo sombrío, no sin patetismo: "Eso es el único lazo que une me a la vida. Con cuarenta y cuatro años, como me ves, he pasado por muchas decepciones y disgustos. Tengo poco placer en el presente y no grandes esperanzas en el futuro. Bueno, eso es un estado de ánimo adecuado para el soldado.

"El soldado", siguió diciendo, "debe ser uno que le pone poco valor a la vida y ve a la muerte como una liberación, o tener un supremo sentido de honor, de orgullo en su profesión y de deber a su Gobierno. Hace un contrato, por así decirlo, con autoridad. Él es bien pagado y altamente considerado; a cambio, él debe estar dispuesto a derramar su sangre, siempre que su empleador lo requiera. "


II.

La muestra de egoísmo infantil de mi compañero que advertí consistía en levantarse una mañana y llevarse mi caballo, sin decir nada como "con su licencia". Le había puesto los ojos mientras cabalgábamos, juzgó que era preferible a su mula y de esta manera directa tomó posesión. El asunto fue ajustado, pero no hasta que se asumió como un aspecto casi internacional. Fue en la frialdad resultante de este incidente que cabalgaba solo y vi por primera vez Iguala.

La expedición se había detenido, después la marcha habitual del día, antes del atardecer, en la aldea tropical de Platanillo. Estaba ansioso, sin embargo, de pasar la noche en lugar en la mencionada notable ciudad. El crepúsculo cerró muy rápidamente y de las estimaciones de informantes casuales yo