con mástiles, de rastrillo "que solía robar protegido en lugares cubiertos para saquear ricos galeones, tenía muchos días así para permanecer, era, hasta ahora, al menos envidiable.
Teníamos a bordo a un cubano casado con una mujer de Connecticut y vivió tanto tiempo en un pueblo de Connecticut que el mismo tenía una especie de acento de Connecticut, y llevaba a su esposa a ver a su familia, donde sin duda, con mucho asombro le esperaba.
El capitán, un alma feliz y entretenida, nos había prometido para la cena del ultimo día, un helado al horno. Él se esforzó para recibir apuestas sobre la improbabilidad de poder lograrlo; pero, por supuesto, lo hizo, y los que dudaron fueron avergonzados. Había una forma de helado, congelado duro y firme y con una corteza encima, café y humeante -un plato, como tal, típico de nuestra situación, como un elemento duro del Norte en el abrazo de los trópicos. Sin continuar con el misterio, y en confirmación que no habrá "cuentos de un viajero" en este registro que no son estrictamente verdaderos, hay que explicar que hielo cubierto con una espuma ligera de clara de huevo, que es rápidamente dorada y quemada en la galera del cocinero antes el interior tenga tiempo de disolverse.
Y así, como digo, dos hermosos castillos de piedra, llenos de cañones de bronce verdes viejos (descubrimos posteriormente), mirando hacia abajo a una estrecha entrada al puerto; y ¡era la Habana!
Era la mañana del 5 de abril cuando entramos. Navegamos hasta el estrecho en donde ensancha hacia la cuenca, rápido llegó a una boya, y tuvimos nuestra primera vista de palmeras de coco, creciendo, lamentablemente, alrededor