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REVISITANDO SAN JUAN, ORIZABA, Y CORDOBA.

Había un grupo alegre, de estación, que había bajado a pasear un poco, en un coche privado y estaban llevando de regreso con ellos una gran cantidad de flores y frutas del trópico. ¿Debo a regañadientes admitir que todos comieron con sus cuchillos y con el lado del filo principal? Nuestro camarero nos dio, sonriendo, sopa sin cuchara, platos de esto y ese otro sin un tenedor y se iba apresurado para largas ausencias; o diría apáticamente, "no hay" de algún plato, pero lo traería si se insistía en la decisión. Un compañero huésped me informó durante el postre que había estado en Nueva York y que las frutas estadounidenses y dulces eran todos iguales e insípidos. Esto demuestra que existe un equilibrio natural de las cosas, porque es precisamente la denuncia que los visitantes del Norte primero hacen en los de los trópicos.

Mis conocidos en el lugar eran la familia del Licenciado —digamos— Herrera y Arroyo. Los nombres de los progenitores masculinos y femeninos son así, generalmente vinculados por la "y". Me dijeron que había muy poco entretenimiento formal. Ellos se ocupaban con bordados, estudiando inglés y asuntos domésticos. Su casa era espaciosa, pero tenía poco de muebles. La silla mecedora nunca puede ser llamada una peculiar característica Yanqui por alguien que la ha visto en las latitudes inferiores. La típica sala de estar mexicana, tiene, como el que aquí, un tapete extendido en el centro, en un piso de ladrillo y dos sillas mecedoras de caña a los lados, en el que la familia pasan mucho de su tiempo.

Tuvimos una especie de día de campo en el Barrio Nuevo, una cascada muy bonita como café con leche del Rio Orizaba. Chicos corrían desde casas de paja en el borde de la ciudad para recoger flores y ofrecerlas a las señoritas, esperando ser recompensado, por supuesto, con una pequeña consi-