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REVISITANDO SAN JUAN, ORIZABA, Y CORDOBA.

araban con bueyes y el arado de madera primitivo, terreno fértil alrededor de su base y su masa oscura se arroja audazmente contra deslumbrantes bancos de nubes.


II.

En Orizaba estás otra vez en los trópicos, pero no trópicos de un tipo demasiado opresivo. Un joven amigo de México estaba haciendo una visita allí a una familia a la que fui admitido, y me alegré al ver algo de encaje en forma domestica. Tiene, digamos, quince mil habitantes. La Alameda, con sus dos fuentes, bancas de piedra, árboles de naranja y otros matorrales, es muy encantador; también el pequeño zócalo, por la Catedral. Crece en los jardines aquí el espléndido tulipán, de tamaño de arbusto como laurel rosa, las grandes flores del cual brillan a la distancia como linternas escarlata. Altos plátanos se doblan sobre casas perfectamente blanqueadas. Mi Hotel de Diligencias era blanco y atractivo. Junto a él bajaba un torrente por un desfiladero pequeño salvaje, en medio de un plantío de plátanos y pasaba bajo un puente, moviendo harineras y papeleras. Tenía esto bajo mis ojos desde mi ventana; y también tenía un mosaico de techos rojos, campanarios y cúpulas grises y el audaz Cerro del Borrego más allá. La ciudad está rodeada de un borde de colinas. Ahora es la temporada cuando las lluvias crecen frecuentemente; y una atmósfera húmeda y nubes húmedas, se arrastran bajas y ocasionalmente sueltan su contenido, manteniendo la vegetación de un verde fresco y vívido.

En la mesa de desayuno del hotel un par de hombres jóvenes de fisonomía muy india —abogados de profesión, yo diría, hablaban— de panteísmo y tales temas con el tono de los estudiantes de Víctor Hugo. Una mujer cuyo esposo era un oficial general me dijo que había estado en