Hay algunos de nosotros cuya concepción de México ha sido compuesta principalmente de los recortes en nuestra geografía escolar temprana y los breves telegramas en los periódicos matutinos anunciando nuevas revoluciones. Nosotros también descansamos satisfechos con este tipo de concepto sobre muchas otra parte del globo, hasta que llega la necesidad de ir allí o de alguna manera arreglarlo. He visto, creo, un volcán nevado y una cadena de burros, llevada por un campesino con sombrero de ala grande a través de una llanura cubierta de cactus. Escuché aislados tenues disparos de pistola por bandoleros y pronunciamientos altisonantes y crueles descargas acompañando el derrocamiento de la Presidencia de un tal o cual General, que sería tratado de la misma manera por otro general mañana. A esto debe añadirse algunas reminiscencias de acciones en la Guerra Mexicana y en particular los retratos del General Scott y el viejo tramposo Zachary Taylor.
Para esto, una vez más, yo añadiría fantasías de ciudades enterradas en América Central y de antigüedad Azteca y el valor y la astucia de Hernando Cortez y sus caballeros, remanente de la historia de Prescott de la conquista. Uno de los volúmenes más cautivantes, esto parecía casi mítico por su lejanía; y como a la idea de comprobar realmente las escenas en persona, va más allá de la imaginación más descabellada.
Pero ahora de repente este territorio incierto se ha convertido real. El ferrocarril lo ha penetrado y hecho accesible para el ciudadano promedio. Sin que aún pueda alcanzarse por ferrocarril, porque la primera línea internacional todavía es incompleta, aunque su terminación está cerca; pero una multitud de líneas, realizadas por empresas y capital estadounidense y ayudado por un Gobierno de ideas liberales, se ha trazado sobre cada parte del territorio,