de Rurales reinaba en la estación. En Amecameca eran como cincuenta de estos últimos, con espadas desenfundadas, todos sobre caballos blancos, que los disparos los hizo brincar con gran espíritu. En Ozumba hubo un batallón de fusileros montados, bajo el mando de un oficial joven guapo en un ojo de vidrio, que podría haber llegado fresco de la escuela militar de San Cyr. Las poblaciones indígenas, que no nunca habrían visto una locomotora antes, mantuvo sin embargo, como es su forma, un cierto estoicismo. No hubo manifestaciones salvajes de sorpresa, no gritos; ellos dispararon incluso cohetes con un aire serio.
La línea es un montón de curvas sin fin, para superar la pendiente de tres cuartos de milla perpendicular de Amecameca a Cuautla. Cuautla tiene siete mil personas. Durante diez años, hasta este momento, no ha habido comunicación ni por diligencia con ella, y el ferrocarril fue un gran acontecimiento. La empresa se llevó a cabo principalmente por los esfuerzos de un Señor Mendoza Cortina, que tiene fincas de azúcar grandes en la zona. Las calles estaban decoradas con arcos de triunfo y bordeado por altas plantas de banano. No estaba muy bien, y el lugar más sórdido que la regla en los climas templados más arriba. Los indios tenían un aspecto apático. Pocos rostros jóvenes e interesantes fueron vistos entre ellos, pero una cantidad extraordinaria de brujas. Encontré en uso algunas cerámicas muy bonitas, que me han dicho que la hicieron Cuernavaca, a cuarenta millas. Simples trozos de piedra y concha fueron empastados en la loza común con un efecto similar a la de un antiguo mosaico romano. Había un Cristo claramente indio en la iglesia parroquial. En la plaza al frente se encuentra un gran árbol, de alguna manera conectado con la noche triste del patriota Morelos. Como Cortés en México, se vio obligado a retirarse una noche en 1812, tras una resistencia galante de sesenta y dos días a un asedio por los españoles.