No hubo ninguna flor en esta hoy, pero las tumbas de los patriotas fueron elaboradamente cubiertas, ya que era la gran fiesta del Cinco de Mayo.
Salí y me paré en el punto circular de la colosal estatua de bronce de Carlos IV. El Paseo de la Reforma y las calzadas brillaban con bayonetas; los cadetes venían de la escuela militar atrás de Chapultepec y la guarnición de la ciudadela, a unirse en la procesión. Las tropas pasaron revista en frente del Palacio Nacional —ya que tropas en números más pequeños parecen siempre pasar revista allí. Son principalmente de sangre India y baja estatura. La caballería especialmente tenía un aspecto oxidado en su traje y no se comparan con la gallardía de los Rurales. Los oficiales, por otro lado, están bien uniformados y de aspecto muy francés. Hubo discursos patrióticos en el zócalo; la arteria principal tenia linternas colgando; y nuestro hotel Iturbide era muy pintoresco, con sus tres niveles de balcones envueltos los colores nacionales —verde, blanco y rojo.
De vez en cuando, cuando la procesión avanzaba, se dispararon cañones en la Plaza, y las campanas de la catedral repicaron una y otra vez, como ruedas de la maquinaria. Nunca vi una multitud mejor comportada. No hubo ninguna pelea, ningún codazo inconveniente, no borrachos. En la noche encendieron las linternas, y la gran plaza estaba llena de vendedores de frutas y cosas, alrededor de pequeñas fogatas de palos, donde acamparon por la noche. Más tarde, luces rojas se encendieron en las torres de la Catedral, y cada detalle dentro se destacó en una espeluznante superficie como si se estuvieran quemando. Uno puede imaginarse los vendedores acampando en la plaza, ser los antiguos aztecas descansando en sus brazos, a fin de atacar a Cortez en su cuartel en la mañana.