manejarlas con habilidad. Los tranvías de las calles de la capital, un sistema amplio y excelente, son exclusivamente bajo administración nativa. Es tan exitoso en minería. Fue sólo cuando la Gran Compañía de Real del Monte en Pachuca, antiguamente inglés, pasó a manos mexicanas que sus minas se convirtieron en rentables. Debo ser firmemente de la opinión de que el atraso de los mexicanos no es el resultado de una incapacidad nativa o falta de apetito de ganancia, pero principalmente de la conformación física del país. Las rutas de mulas esta trazada como un inmenso jeroglífico sobre su cara y en esto se lee el secreto —falta de transporte.
Pero el celoso defensor de la raza y "Energía del Norte" lo objeta: "¿Hace cuánto tiempo desde que no teníamos ferrocarriles nosotros mismos? ¿Y aun así, no alcanzamos un buen grado de civilización sin ellos?"
Pero México no sólo no hay ferrocarriles, pero ni ríos ni puertos. Fueron las vías navegables las que hicieron la prosperidad de las naciones antes del día de vapor. Es apenas creíble, la completa privación a la que este interesante país ha sido siempre sometido. La maravilla es, para cualquier experto en viajes de diligencia y la triste lentitud de los viajes, a ritmo de pie, por bestias de carga, no que tan poco, sino que tanto, se ha hecho. En el camino a la costa de Acapulco, por ejemplo —en la popular frase de un mero camino de pájaros (carretera para aves)— han crecido algunos pueblos encantadores, como Iguala, la escena del famoso Plan del emperador Iturbide, que, me parece, la raza anglosajona difícilmente habría originado en esas circunstancias.
Comercio e intercambio en tales tierras naturalmente tienen sus aspectos peculiares. Existe, en primer lugar, el complicado arancel, ya referido. Los estadounidenses no deberían permitir su entusiasmo recién nacido para un mercado prometedor los apremie