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Chile no sólo se haya levantado y superado la adversidad, sino también, se haya convertido en un país desarrollado, sin pobreza y con oportunidades para todos.

Un país más libre, en que todos podamos desarrollarnos en plenitud.

Un Chile en que el éxito dependa, fundamentalmente, del mérito y el esfuerzo.

Un país en que todas las escuelas otorguen a sus alumnos educación de calidad y la oportunidad de ser profesionales.

Un Chile donde el temor lo sientan los delincuentes y narcotraficantes y no las personas honestas.

Un país donde tener hijos no sea un impedimento para que la mujer trabaje. Ni el trabajo un impedimento para que la mujer tenga hijos.

Un Chile en que las familias tengan viviendas y barrios de calidad, donde puedan formar verdaderos hogares.

Un país con un sistema de salud digno para todos.

Un Chile en que las pequeñas empresas puedan llegar a ser medianas, y las medianas, grandes.

En síntesis, un Chile en que todos puedan realizarse como personas, cumplir sus proyectos de vida y encontrar la felicidad.

¿Se trata acaso sólo de un sueño, de un desafío imposible? Para algunos, quizás. Pero no para quienes amamos con pasión a nuestra patria y tenemos la firme voluntad de transformar este sueño en una realidad. Esa es la gran misión de nuestra generación, la generación del Bicentenario.

Porque, como nunca antes, tenemos todo para alcanzar el desarrollo. Una democracia sólida y respetada, una economía libre, competitiva y abierta al mundo, un espíritu emprendedor latente en cada hijo de esta tierra y una geografía generosa en recursos naturales. Y por sobre todo, un pueblo con carácter, determinación y convicción. Un pueblo que, frente a la catástrofe del 27 de febrero, una vez más mostró su coraje y fortaleza.

¿Qué nos falta? ¿Capacidad? ¿Territorio? ¿Mercados? Ciertamente no. ¿Nos faltan recursos humanos o naturales? Tampoco. Sólo necesitamos las ganas, la voluntad, el coraje y la unidad para lograrlo.