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te. ¡Quédate adiós, mundo!, pues en tu casa no ay cosa que no nos dé pena; porque la tierra se nos abre, el agua nos ahoga, el fuego nos quema, el aire nos destempla, el invierno nos arrincona, el verano nos congoxa, los canes nos muerden, los gatos nos arañan, las arañas nos empozoñan, los mosquitos nos pican, las moscas nos importunan, las pulgas nos despiertan, las chinohes nos enojan, y, sobre todo, los cuydados nos desvelan. ¡Quédate adiós, mundo!, pues por tu tierra ninguno puede andar seguro; porque a cada passo se topan piedras a do tropiecen, puentes de do cayan (1), arroyos a do se ahoguen, cuestas a do se cansen, truenos que nos espanten, ladrones que nos despojen, compañías que nos burlen, nieves que nos detengan, rayos que nos maten, lodos que nos ensucien, portazgos que nos cohechan, mesoneros que nos engañian y aun venteros que nos roben. ¡Quédate adiós, mundo!, pues en tu casa, si no ay hombre contento, tampoco le ay sano; porque unos tienen buvas, otros sarna, otros tiña, otros cáncer, otros gota, otros ciática, otros piedra, otros ijada, otros quartana, otros perlesía, otros asma, y aun otros locura. ¡Quédate adiós, mundo!, pues en tu palacio ninguno haze lo que otro haze; porque si uno canta, otro cabe él llora; si uno ríe, otro cabe él sospira; si uno come, otro cabe él ayuna; si uno duerme, otro cabe él vela; si uno habla, otro cabe él calla; si uno passea, otro cabe él huelga; si uno juega, (1) Cayan: calgan.