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en el favor olvidado, en el coraçón triste y en lo que negociara burlado, luego maldize su ventura y se quexa de averle burlado fortuna; lo qual no es por cierto assí, porque a todos los que fortuna acozea y tropella (1) no es porque ella a sus casas los fué a llamar, sino porque ellos a la corte la fueron a buscar. En entrando uno en la corte piensa ser uno de los más honrados, uno de los más ricos, uno de los más estimados y aun uno de los más privados, y como después se ve pobre, abatido, olvidado y desfavorescido, dize que es un desdichado y que está perdido el mundo, como sea verdad que la culpa no la tiene el mundo, sinó él, porque es un muy gran looo. Digo y torno a dezir que no está su daño en ser él desdichado ni en estar perdido el mundo, sino en ser él muy notable loco, pues quiso dexar el reposo de su casa por fiarse de los sobresaltos y vaivenes que da fortuna.

El hombre que bive en la corte no tiene licencia de quexaise de la corte; porque, si tú te veniste, ¿de quién te quexas?; si otro te truxo, quéxate dél; si quieres perseverar, dissimula; si quieres medrar, esfuércate; si te agrada, calla; y si no te hallas, vete; porque el gran descontento que traes, no consiste en la corte do bives, sino en el coraçón ambicioso que tienes.

No ay en el mundo igual inocencia con pensar uno que en la corte y no en otra parte está el contentamiento, como sea verdad que allí anden (1) Tropellar: atropellar.