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ANGÉLICA MENDOZA

“¡Ponga arriba, “Comodoro Rivadavia”. Allí está él trabajando.”

—'G En el sur? ¿En el petróleo?” — le pregunto.

—“No, es en el barco. ¿No hay un barco que se lla- ma asi? El me mandó la dirección y me decía: “Escri- bir al Comodoro Rivadavia.”

Estoy impresionada ¿Dónde estará ese hijo? ¿En el barco, en el puerto?

--“¡Por favor me le sigue escribiendo!” — “Tu ma- dre te escribe porque está muy mal y muy sola”.

Su llanto me baña el ánimo. No puede continuar.

—-“¿Su hijo, señora, sabe que usted a veces es traida aquí?”

--““No se lo quiero decir” “El es un hombre decente y tiene su sueldo.”

-—“¡Pero, no se acuerda de usted!”

--¡Es que él cree que aún puedo trabajar! Pero, desde que me atropelló el auto, ya no puedo hacer na- A

—“¡Pero, no se hizo pagar por el daño que le hicie- ron!”

—“¡Qué vá a hacer, una pobre vieja sola! ¡Si hu- biera estao m'hijo, otra cosa sería! ¡Treinta años he lavao ropa! Ayudando siempre al marido y criando los hijos. Uno se fué por ahí; el otro está en el buque; mi marido se murio hace años.”

Llora despacito para no molestar.

—“¿Y, cuando salga de aquí, dónde irá?”

--““Talvez me recihan unos paisanos. Hace treinta y cinco años que estoy en el país! ¡Ahora no pido limos-

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