CÁRCEL DE MUJERES
Estas vírgenes que guardan aquéllas rameras, creen que efectúan una cristiana labor de redención. En su dulce tozudez, ven pasar cada quince días, cada sema- na, a las mismas mujeres que van a la calle y vienen de la calle, descansan, recuperan fuerzas a su cuidado y reinician su jornada, hasta que solo la vejez y la enfer- medad las anulan.
¿Hay un sueño de redención en esas vírgenes o sim- plemente un ejercicio previo para asegurarse la bue- naventuranza eterna?
Estamos pués en presencia de un drama.
La virginidad forzada, resalta en el contraste. Para que éllas y otros miles de mujeres se transformen en carceleros de su virginidad, la otra parte de la humani- dad femenina, debe hundirse en el hartazgo del abrago masculino.
Para unas la negación, para las otras el papel de cloacas colectoras. Y es en realidad un sarcasmo, una mala jugada de csta traviesa sociedad burguesa, el ha- ber enfrentado las dos facetas de la servidumbre feme- nina. Ha hecho sólo una concesión: que las vírgenes cuiden a las rameras.
Ahondar en la existencia monástica es adentrarse en una cámara neumática. El vacio vital, por eliminación de su contacto con lo real. Esa llama ardorosa que conmo- vió a Teresa de Jesús está en todas éllas. Pero la que no tiene la salida sublimada de su potencia vital, ¿qué hace? Se agosta por reducción.
Y en verdad que el verdadero drama no está en esas mujeres que corren por la calle a la búsqueda del hom-
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