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ANGÉLICA MENDOZA

nas. ¡Qué les iba a hacer! Y ahora como dijeron que usted es maestra y comunista le he molestao pa contar- le lo que pasó en el Doke. Pero, le aseguro, que en mi vida de rea, fué la primera vez que tuve vergiienza de ser puta!”

Una mañana sentimos llorar ruidosamente. En el patio a pleno sol, una muchacha habla, solloza, grita. Luego se siente su voz en la ropería, en donde la obli- gan a despojarse de su vestido y a ponerse el delantal uniforme.

—“¡Me han traído de perros, de canallas, de infa- mes! ¡Yo no soy atorranta! Salía de la casa de mis pa- trones a las 10 de la noche, para irme a mi casa y me agarraron en la esquina. ¡Yo no tengo plata, ni quién me saque! ¡Mis vecinas no saben nada!”

Llora con hipos. Es española y joven. La clase está en suspenso. No hay solidaridad para élla. La religiosa la hace sentar.

—“¡Pero ahora, sí que lo voy a hacer! En cuánto salga de esta porquería me hago atorranta! ¡ Y entonces les daré trabajo pa traerme!”

Algunas mujeres la consuelan.

Más tarde la veo acaparada por la mujer que “tra- baja” en la calle Florida.

—“Y, entonces, mi marido te vá a proteger y ayudar. Vos vas a ser cuñada mía, socia ¿entendés? Así jun-

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