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ANGÉLICA MENDOZA

de la mujer actual en que todas se pintan y todas son llamativas. Pero la prostituta carece de personalidad física, plasmada en la elegancia, en el ritmo, en la ar- monía y la finura. Es producto de la calle, de la mi- longa, del conventillo, y de esas típicas casas de pen- sión que llenan el centro de Buenos Aires,

Hay sin embargo en su vida rasa un resquicio más humano. Ese ser que se deja amar por miles de hom- bres sin compartir su ansia, es una pobre cosa amoro- sa ante el hombre que industrializa su actividad.

No existe para élla el explotador ¡hay sí un hombre más adiestrado en la mala vida burguesa que organiza en gran escala el trabajo de la prostituta, lo asegura, lo estandariza, lo controla y la defiende. Cuando no tienen ese hombre que las guíe son pobres reas que se mueren de hambre.

La actitud sentimental de esa mujer hacia ese hom- bre es de infinita gratitud. En más de una ocasión las oí decir: “éllos son los buenos, nosotras las ma- las”.

La audacia de que hace gala la giranta cuando se lanza, se respalda en el hombre, en el “marido” oca- sional. No le preocupa que la detengan pues sabe que su “marido” pagará la multa para que su “trabajo” no se resienta. Admira su prepotencia y sus antece-

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