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ANGÉLICA MENDOZA

prostituta no hay hombres, hay tipos: “Un tipo quería que le hiciera esto”. “Un tipo que me vió las piernas”; “A cada tipo hay que hacerle el gusto”; “¡Ché! Me salió un tipo llorón que me dijo que se había enamora- do de mi”!

La conquista del “tipo” absorbe su vida. No hay na- da que no le esté dedicado. Come para tener buen palmo, se pinta por el éxito, se cambia ropa interior por necesidades del “trabajo”, se despioja para po- der cotizarse mejor, añora la libertad nada más que para proseguir su actividad, va al cine a ver si pesca un “tipo”; come, duerme, descansa, camina, lucha, se viste, se caíza, llora, ríe, siempre con vistas a ese com- prador anónimo que deambula solo por la ciudad.

Su sentido estético es limitadísimo. Carece del más mínimo refinamiento que la idealice. No conoce la armonía en el colorido ni la gradación deliciosa de los matices. Los tonos pastel que desdibujan en un am- biente luminoso la dureza de las líneas y de las acti- tudes, no son sus preferidos; los tonos cálidos que hacen transparentes los cutis morenos, les son desco- nocidos. Pero, lo violento, lo chillón, lo áspero, envuel- ve sus cuerpos poniendo una nota hiriente a nuestra visión. El negro, adquiere aspecto canallesco cuando es utilizado en sus ropas.

No tienen sentido de la oportunidad; vestidos de

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