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CÁRCEL DE MUJERES

Un día cae un ser nuevo, distinto personal, esquivo. Casi siempre es rubio. Es la vaga. Habla alemán o in- glés. Hay en ella una tal dignidad de su abandono que jamás lo empaña junto a la mendiga doliente. Habla sola, come aislada, mira desde la atalaya de su mugre y no agradece jamás el plato de locro. Lo come como un deber. Duerme sin rezar. Rechaza los niños y la jarana del mujerío.

Otras veces el espectáculo se acriolla, Cae la ebria vergonzante, que antes fuera rea de fuste. La noche pasada en el calabozo no la desembota. Viene lamen- tándose de la injusticia, ¡Total por un traguito!

Reza con unción y llora con frecuencia.

Alguna hembra basta, madre de familia cae por un mes. Es un miembro honorario y vitalicio de la vine- ría Superiora, La noche anterior rompió en la cabeza del vecino o del marido, el plebeyo vidrio de la bote- lla de vino carlón entenebrecido de campeche.

Son mujeres de cuchillo. Están listas para el golpe. Constituyen las tributarias de las prostitutas; les la- van la ropa, cuidan el baño. Reciben como regalos, li- gas viejas, camisas de opal, sacos tejidos, polvo y pin- tura.

¡Plena República de Androjos!

El Asilo es el embalse, la confluencia de las currien- tes pútridas de la sociedad.

Los policías hacen de espumaderas de esa fermen- tación. Todas las noches cosechan... y al día si- guiente brotan del mismo seno nutricio. Prostitutas, las más, ebrias, mendigas y vagas fluctúan de arriba

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