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CÁRCEL DE MUJERES

—“¡Te voy a hacer que me negués como hermana! ¡Gran cochina!”

Llega la madre Concepción y encierra en un calabozo a la atacante y a la que por llevar el cuento provocó la pelea. Horas más tarde, siento que una de las muje- res encerradas canta. La letra de la canción es el agua fuerte más evocador y espantoso que la imaginación del arrabal pudo producir.

A la noche la otra muchacha encerrada es sacada del calabozo, presa de una aguda crisis provocada por un bocio interno y su garganta trabajosamente deja pasar el aire.

Por la ventana enrejada de la clase se defleca el rayo luminoso y ribetea de oro las piernas desnudas de las mujeres y las tablas terrosas del piso.

Un bullicio mujeriego llena el recinto. Algunas dis- putan, otras cantan. Luego irrumpe la risa de una pe- tiza que ha hecho un descubrimiento por la ventana.

En el fondo de la transparencia mañanera se destaca una figurita blanca. Parece un monicaco puesto en el borde de un balcón. Es un obrero pintor. Aparece otro, con un balde en la mano. Un segundo, ambos miran en la lejanía y quedan inmóviles; luego mueven rítmica- mente los brazos.

La petiza saluda alborozada a los hombres. Están

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