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XXXII EXPEDICIÓN AL PARAGUAY


mo desorden en sus formaciones y en sus fuegos, y no me causaron el más leve perjuicio. Esto me hizo resolver el atacarlos, y di la orden el 18, que nadie se moviera del campamento, ni hiciera la más leve demostración, pero no faltó uno de los soldados, que burlando la vigilancia de las guardias, se fuese á merodear á una chacra; los paraguayos cargaron sobre él, cuyo movimiento vimos, en un número crecidísimo. Entonces mandé que saliese el capitán Balcarce con cien hombres y una pieza de á dos, contra aquella multitud; al instante que lo vieron, fugaron para el campamento; mandé que se retirase, y quedó todo en silencio.

Para probar si había algunos partidarios nuestros, en la noche del 17 se les echaron varias proclamas y gacetas, y aún una de aquellas se fijó en un palo que estaba á inmediaciones de su línea; supimos después, que todas las habían tomado, pero que inmediatamente Velazco puso pena de la vida á los que las tuviesen y no las entregasen. Ello es que ninguno se pasó á nosotros, y no teníamos más conocimiento de su posición y fuerzas, que el que nos daba nuestra vista.

En la tarde del 18, junté á los Capitanes con el Mayor General, y les manifesté la necesidad en que estábamos de atacar, sin embargo del gran número de los paraguayos, que después supe, llegaban á doce mil, y solo tener nosotros cuatro cientos sesenta soldados. Así, pues, por aprovechar el espíritu que manifestaba nuestra gente, como por probar fortuna, y no exponerme á que en una retirada, con unas tropas bisoñas como las nuestras, decayesen de ánimo, y aquella multitud nos persiguiese y devorase, les hice ver, que en